El arte de Cristina Moreno recupera el tiempo perdido, por Samir Delgado

Una nueva exposición en Lamosa, el laboratorio modulable artístico del barrio de San Antón, ha sido inaugurada con éxito y su repercusión creciente empieza a generar conexiones que hasta hace poco parecían imposibles. Hasta principios de marzo acogerá la muestra de vídeo arte que la autora Cristina Moreno García ha preparado desde su residencia berlinesa para aterrizar en Cuenca en un viaje de ida y vuelta que supone un retorno a la ciudad conquense donde cursó estudios de Bellas Artes antes de fijar su espacio de creación en Alemania.

La artista nacida en Zaragoza a mediados de los ochenta, exponente de una generación marcada por el consumo de lo audiovisual y el debate tardío sobre la posmodernidad, trae consigo una serie de vídeos con una potencia documental y de factura creativa de primera línea en arte contemporáneo, dejando a la vista una personalidad intuitiva con una dosis alta de poesía en su mirada vital integrada en la exposición ‘Soliloquio para un forastero’.

Ella misma reconoce que su material de confección artística está basado en la memoria de la infancia y el transcurso del tiempo, aunque quienes tengan la oportunidad de visitar las proyecciones de sus vídeos serán testigos de una experiencia estética que ahonda en las problemáticas de mayor actualidad sobre el mundo globalizado. Todo ello desde una profundidad narrativa muy original que traslada al espectador hacia una atmósfera de reflexión lírica y de ahondamiento confesional en los diversos escenarios de sus vivencias ante el pasado extrovertido y su desaparición terminal.

Y es que Cristina Moreno García nos confiesa su relación personal con la señora mayor que todavía habita una fábrica de fundición pendiente de ser declarada patrimonio cultural en Zaragoza. Los planos documentales son excepcionales al retratar el derrumbe de un universo fabril que hasta no hace mucho era el principal símbolo de progreso en muchas ciudades españolas. Otro de los vídeos es todavía más profundo al proyectar un paisaje pastoril aragonés como testimonio de la irreversibilidad y la pérdida del vínculo social con las prácticas ancestrales que han definido la relación esencial con la naturaleza. Y el tercero aún más sorprendente si cabe: la visita a la ciudad de Nueva York veinte años después de otro viaje familiar que constituía un modo de reencuentro con la infancia. Todo a través de la cinta original donde la artista viaja en helicóptero sobre Manhattan, “una cápsula del tiempo” que posibilita un contundente ajuste de cuentas con su pasado haciendo del vídeo arte una búsqueda primordial de sentido, una personal recuperación del tiempo perdido proustiano.

La artista ya piensa en su futura creación en una fábrica abandonada de Riga, tras su paso por Cuenca queda en evidencia el papel de la joven generación de artistas que están apostando por establecer su horizonte creativo en ciudades como Berlín y cuyos trabajos artísticos prometen en el futuro inmediato una estela de reconocimiento y proyección tan necesaria hacia el exterior como en su retorno a los orígenes.

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